jueves, 5 de diciembre de 2013

Vint anys d'un èxit que no és "Ficció"

No sé per què als valencians ens costa tant apreciar el que és nostre. No és que ens coste, sinó que sovint ni tan sols som conscients del valor que som capaços de crear. Si fa no fa, la cosa esdevé especialment preocupant quan es tracta de la literatura, l'art, la música o el teatre. Necessitem que un valencià triomfe fora per a valorar-lo en la seua justa mesura. No sé quin nom té això ni m'importa. El que sí que m'importa és deixar constància d'aquesta anomalia que sovint ens impedeix fruir amb el que tenim davant dels nassos.

Només cal fer una ullada al cabal d'artistes valencians que, malgrat les difícils circumstàncies que estem patint, són capaços de fer-hi front no solament amb dignitat sinó també amb un nivell d'excel·lència sorprenent. La companyia Albena Teatre és, tal volta, un dels casos més paradigmàtics. Nascuda ara fa vora dues dècades, aquesta companyia de teatre continua encara a hores d'ara a peu d'escenari. I ho continua fent amb l'enginy, l'originalitat i la capacitat de reinventar-se que sempre l'han caracteritzada.

Des del primer dels seus espectacles, "Currículum", ara fa vora vint anys, fins a "Ficció", estrenat el passat 28 de novembre, Albena Teatre no ha perdut ni un bri d'eixa capacitat de sorprendre'ns i d'ajudar a reescriure el guió de la nostra vida. On està el mèrit? Quin és el secret? Crec que no hi ha altre secret que l'empremta d'un segell propi que, a la manera de les grans companyies, confereix a cadascuna de les seues produccions un caràcter sui generis ben identificable.

I és que Albena Teatre continua sent això. Una invitació a somiar i a fer possibles mons i situacions que mai no hauríem imaginat. I ho fa com ho ha fet sempre. Amb la naturalitat d'una posada en escena aparentment senzilla i amb la intel·ligència d'un guió provocador i suggeridor escrit per Carles Alberola i Pasqual Alapont. El guió d'una ficció que per a ser certa ha de ser representada com a real.


D'això tracta "Ficció", del recurs a la faula com una taula de salvació que ens ajude a suportar la nostra existència, el dia a dia d'unes vides que per imaginades poden acabar sent tan reals com la vida diària.

Fet i fet, aquesta és l'essència de la "Ficció", l'aspiració de l'home a fer del teatre una representació dels seus desitjos i dels seus anhels. El deler que, des que el món és món, s'ha convertit en el gran teatre del món.

Però això, que dit així pot semblar molt pretensiós, deixa de ser-ho si ens ho mirem amb humor i ironia. Amb l'humor i els continuus gestos de complicitat d'un Carles Alberola  que, ara sí i ara també, ens transporta al cel d'un univers de ficció que es belluga a ritme de "Cheek to cheek", la cançó que immortalitzaren Fred Astaire i Frank Sinatra. 

És aquesta la pedra de toc, el motiu musical d'un univers que tan bon punt recorre a l'imaginari de les grans pel·lícules de Hollywood com a la intertextualitat dramatitzada d'alguns dels espectacles més coneguts d'Albena, com ara "Currículum".

Aquests són els ingredients que Albena Teatre ens serveix a taula a poques setmanes del Nadal. Un àpat ben abellidor de bon teatre contat com una de les millors pel·lícules de Woody Allen.

És el seu segell, el reclam d'un plat deliciós, del qual queden ja poques racions, i que encara pot ser servit a taula al teatre Flumen fins al pròxim diumenge 8 de desembre.


(Santi Vallés)

martes, 26 de noviembre de 2013

Carta a mi rey mago

Por enésima vez el rey ha vuelto a escenificar su salida del hospital. En esta ocasión, sin muletas, pero sentado en el asiento delantero del coche desde donde saludaba sonriente. Y lo ha hecho con la simpatía y la complicidad acostumbradas, incluso permitiéndose la ironía de responder a los periodistas que se encontraba “muy mal, muy mal”. Así de bromista se mostraba al mediodía de ayer, con el mejor humor que le caracteriza cada vez que tiene que comparecer ante el enjambre de cámaras y micrófonos que, como de costumbre, le aguardaba a la puerta de la clínica. Así es nuestro rey, un galán de revista entrado en años al que, a pesar de las múltiples operaciones, no se le ha agriado el carácter. Nada más lejos de la realidad. Cuanto peor, nuestro rey, mejor. Ni que decir tiene que se trata de un hecho sorprendente y admirable se mire por donde se mire. Tomarse la cosas así es saber afrontar la vida tal y como viene. Sin dramatismos y con un buen sentido del humor. Esa es su particular manera de mostrarse ante los españoles. 

Tal vez sea por eso por lo que me he decidido a escribirle una carta. Son muchas las cosas que compartimos, muchos los sufrimientos que nos afligen y muchas las razones que nos han llevado a él y a mí a pasar por el quirófano. A pesar de ser aparentemente tan diferentes, a los dos nos une una misma pena y los dos hemos pasado últimamente por el “taller” para solucionarla. Sí, tengo que confesarlo, a eso se le llama empatía. Al fin y al cabo, he aquí el motivo que subyace en esta misiva dirigida al rey de un reino que se desangra dentro y fuera de la sala de operaciones. La metáfora de una hemorragia tan imparable como el recorte continuado de prestaciones sociales y sanitarias que venimos padeciendo. Una suerte de recortes que, por lo que se ve, no afectan al estado de salud de los miembros de la Casa Real que, cuando tienen que operarse, pueden permitirse el lujo de recurrir a la sanidad de unos pocos con el dinero de todos.




Querido rey,

Después de muchas idas y venidas, al final me he decidido a escribirle. Y lo hago de esta guisa, con la pleitesía que le rindo y con la responsabilidad que me invade conocer el delicado trance por el que está pasando. Y así, vencida mi reticencia inicial, heme aquí delante de usted. Compungido y apesadumbrado por el mal que de nuevo le ha llevado al taller. Después de tantas operaciones a sus espaldas, he de decirle que lo está llevando con mucha entereza y, ante todo, con un envidiable sentido del humor. La verdad, no esperaba menos de usted, sabiendo como sé que es un rey echao pa’alante. No sabría cómo agradecerle ese carácter tan próximo, afable y campechano del que siempre ha hecho gala.

Tal vez por eso, y por la confianza que me da su naturalidad a la hora de afrontar las situaciones difíciles, me he atrevido a escribirle esta carta. Y lo hago porque, a pesar de que no nos conocemos, nos une el mismo sino. Bueno, más que un sino, yo diría que un mal fario. Usted, por su pasión irrefrenable por la caza y otros deportes de riesgo, y un servidor, porque sí, porque la genética es así de caprichosa y me ha obsequiado con un tobillo maltrecho. De tal suerte que los dos vivimos una pesadilla de la que aún no hemos conseguido despertar.

Sí, majestad, usted y yo vivimos unidos por un mismo destino, por el designio de un estado de salud que, tal como ocurre con los coches defectuosos, siempre da con nuestros huesos en el taller. Sí, majestad, son muchas las piezas de fábrica que tenemos para cambiar. Usted, la rodilla, la columna y ahora la cadera, y un servidor, ora el tobillo ora la cadera y no sé cuántas cosas más. Pero no, no quiero cansarle con mis achaques, quiero animarle para que se recomponga cuanto antes y salga de ese nuevo taller en el que anda metido.

Aunque usted lo disimule, aunque haga de tripas corazón, sé por lo que ha pasado. La larga espera de los preparativos de la operación, el lento despertar de la anestesia y la extensa lista de medicamentos que deberá tomar para combatir el dolor y evitar el recrudecimiento de una infección como la que le ha llevado de nuevo al quirófano. Como diría aquel, son gajes del oficio. Los inconvenientes de reparaciones que como en su caso y en el mío siempre van seguidos de un prolongado periodo de rehabilitación para engrasar las piezas de nuestro estropeado motor y su nueva puesta a punto. Corrientes electromagnéticas, láser, radar, ultrasonidos, magnetón y otros muchos palabros de la jerga médica se convierten a partir de entonces en vocablos de uso común, en remedios mágicos que nos hagan más soportable los rigores de una recuperación dolorosa y casi siempre costosa.

Sí, majestad, se lo digo por experiencia propia. Después de meses y meses de dura rehabilitación, yo aún no he conseguido que mi motor funcione como debiera. Es lo típico, te dicen que la reparación será poca cosa, y al final la cosa se complica. Eso es lo que me ha pasado a mí. Como quien dice entré en el taller para cambiarme una tuerca y han acabado cambiándome el cigüeñal entero. Es lo que tienen los coches, que entras en el taller por una cosa y acaba saliendo otra que te hace subir el precio de la factura. Que si se trata de una pieza y no de un fallo del motor, que si se debe a una mala conducción, que si no está incluido dentro de la garantía. En total, a pagar tantos miles de euros. Y si no, no sales del taller.

Yo no sé por cuánto le saldrá la broma, pero a mí me ha salido por un ojo de la cara. Y es que al precio de las piezas hay que añadir las horas de trabajo. Y, en mi caso, he de reconocerle que no me ha quedado más remedio que recurrir a un establecimiento especializado, a un taller que, dada la reparación que tenían que hacerme, requería de una tecnología y de unos aparatos que no alcanzaba el taller de mi barrio. Y conste que ya me lo advirtió mi mecánico de toda la vida. Vete con cuidado y mira donde te metes, que te va a salir todo por la torta un pan.

Y vaya que tenía razón. Nunca me imaginaba que tan poco iba a costarme tanto. Hasta el punto que no sé qué me duele más: o mi tobillo intervenido o mi maltrecha economía. Y lo malo es que no me va quedar más remedio que hipotecarme de nuevo para poder pagar el montante de una factura cuyos números me imagino que deben ser tan desorbitados como los suyos. Aunque, a decir verdad, igual a usted le han hecho un precio especial.

Es este un quebradero de cabeza que me anda torturando. Y eso que en mi caso es la primera vez que me operan en un taller privado. Acostumbrado a acudir a talleres de la Seguridad Social en los que no tenía que pagar nada, me veo ahora con que tengo que hacer frente a una cantidad enorme para lo que es mi nivel de vida. Hasta el punto de que me pregunto si, como el resto de españoles, no debo estar viviendo por encima de mis posibilidades al tener que recurrir a este tipo de servicios no reservados para los ciudadanos de a pie.

Pero ya le advierto que no lo he hecho por gusto, sino por necesidad. O recurría al tratamiento que me ofrecía un taller autorizado como el de usted o me quedaba sin poder caminar. Como ve, no me quedaba otra elección. El problema es que ahora tengo que responder como cualquier hijo de vecino. Y, como usted puede imaginarse, con mi sueldo no me llega.

Sí, majestad, es por esta razón por la que me encomiendo a vos, para que, habituado a frecuentar estos talleres tan caros, me diga si es usted quien se costea las intervenciones o lo hace con cargo a la Seguridad Social. En este último supuesto, le pediría que me indicase cuáles serían los trámites que debiera seguir o, en su defecto, si usted podría interceder por mi ante el erario público para que me costease la reparación de mi tobillo.

En fin, sé que es ponerle en un aprieto, pero tengo que decirle que no me queda otra. Nadie como usted puede saber por dónde estoy pasando, nadie como usted puede entender el viacrucis de operaciones que he sufrido y nadie como usted puede saber el coste que suponen.

Y se lo digo, porque siempre que le he visto me ha infundido confianza. La confianza de quien cada 24 de diciembre entraba en mi casa a través de la gran pantalla y me aseguraba, en el mensaje de Navidad retransmitido a todo el país, que todos los españoles somos iguales y tenemos los mismos derechos.

Espero que no haya cambiado de opinión y tenga a bien aceptar mi solicitud de amparo, o, de lo contrario, me sentiré muy defraudado, tanto como me sentí hace ahora cuarenta años al descubrir el destino de mis cartas a los Reyes Magos.

Buena estrella y feliz Navidad tenga usted y toda su familia.




Servidor de mí mismo

lunes, 25 de noviembre de 2013

Carta al meu rei mag

Hui el nostre rei ha eixit de l'hospital. I ho ha fet, amb la simpatia i la complicitat acostumades. Fins i tot s'ha permés la ironia de respondre als periodistes que s'apressaven a interessar-se pel seu estat de salut que es trobava "muy mal, muy mal". Així de bromista es mostrava aquest matí. Amb l'habitual humorada amb què saluda la premsa cada vegada que ix del taller. Com si res, amb la naturalitat que l'operen dia sí dia també. No cal dir que això és d'admirar. Agafar-se les coses així és saber afrontar la vida tal com ve. Sense dramatismes i amb un bon sentit de l’humor. Un podrà estar en contra o no de la monarquia, però no em direu que no tenim un rei d'anar per casa. Tal volta siga per això o perquè em sent molt pròxim al que està passant, que m'he oblidat per uns moments que és rei  i m'he atrevit a escriure-li una carta. Són moltes les coses que compartim, molts els patiments que ens afligeixen i moltes les raons que ens han portat a ell i a mi a compartir uns alifacs semblants. A pesar de ser aparentment tan diferents, als dos ens uneix una mateixa pena i els dos hem passat últimament pel taller per tal de solucionar-la.  Abans d'enviar-li la carta, m'agradaria saber el vostre parer per si de cas voleu que li demane alguna cosa més. És aquest el motiu que hi ha al darrere d'aquesta missiva, adreçada al rei d'un regne que es dessagna dins i fora de la sala d'operacions. Em direu atrevit, però algú ho havia de dir.




Querido Rey,

Después de muchas idas y venidas, al final me he decidido a escribirle. Y lo hago de esta guisa, con la pleitesía que le rindo y con la responsabilidad que me invade conocer el delicado trance por el que está pasando. Y así, vencida mi reticencia inicial, heme aquí delante de usted. Compungido y apesadumbrado por el mal que de nuevo le ha llevado al taller. Después de tantas operaciones a sus espaldas, he de decirle que lo está llevando con mucha entereza y, ante todo, con un envidiable sentido del humor. La verdad, no esperaba menos de usted, sabiendo como sé que es un rey "echao pa’lante". No sabría cómo agradecerle ese carácter tan próximo, afable y campechano del que siempre ha hecho gala.

Tal vez por eso, y por la confianza que me da su naturalidad a la hora de afrontar las situaciones difíciles, me he atrevido a escribirle esta carta. Y lo hago porque, a pesar de que no nos conocemos, nos une el mismo sino. Bueno, más que un sino, yo diría que un mal fario. Usted, por su pasión irrefrenable por la caza y otros deportes de riesgo, y un servidor, porque sí, porque la genética es así de caprichosa y me ha obsequiado con un tobillo maltrecho. De tal suerte que los dos vivimos una pesadilla de la que aún no hemos conseguido despertar.

Sí, majestad, usted y yo vivimos unidos por un mismo destino, por el designio de un estado de salud que, tal como ocurre con los coches defectuosos, siempre da con nuestros huesos en el taller. Sí, majestad, son muchas las piezas de fábrica que tenemos para cambiar. Usted, la rodilla, la columna y ahora la cadera, y un servidor, ora el tobillo ora la cadera y no sé cuántas cosas más. Pero no, no quiero cansarle con mis achaques, quiero animarle para que se recomponga cuanto antes y salga de ese nuevo taller en el que anda metido.

Aunque usted lo disimule, aunque haga de tripas corazón, sé por lo que ha pasado. La larga espera de los preparativos de la operación, el lento despertar de la anestesia y la extensa lista de medicamentos que deberá tomar para combatir el dolor y evitar el recrudecimiento de una infección como la que le ha llevado de nuevo al quirófano. Como diría aquel, son gajes del oficio. Los inconvenientes de reparaciones que como en su caso y en el mío siempre van seguidos de un prolongado periodo de rehabilitación para engrasar las piezas de nuestro estropeado motor y su nueva puesta a punto. Corrientes electromagnéticas, láser, radar, ultrasonidos, magnetón y otros muchos palabros de la jerga médica se convierten a partir de entonces en vocablos de uso común, en remedios mágicos que nos hagan más soportable los rigores de una recuperación dolorosa y casi siempre costosa.

Sí, majestad, se lo digo por experiencia propia. Después de meses y meses de dura rehabilitación, yo aún no he conseguido que mi motor funcione como debiera. Es lo típico, te dicen que la reparación será poca cosa, y al final la cosa se complica. Eso es lo que me ha pasado a mí. Como quien dice entré en el taller para cambiarme una tuerca y han acabado cambiándome el cigüeñal entero. Es lo que tienen los coches, que entras en el taller por una cosa y acaba saliendo otra que te hace subir el precio de la factura. Que si se trata de una pieza y no de un fallo del motor, que si se debe a una mala conducción, que si no está incluido dentro de la garantía. En total, a pagar tantos miles de euros. Y si no, no sales del taller.

Yo no sé por cuánto le saldrá la broma, pero a mí me ha salido por un ojo de la cara. Y es que al precio de las piezas hay que añadir las horas de trabajo. Y, en mi caso, he de reconocerle que no me ha quedado más remedio que recurrir a un establecimiento especializado, a un taller que, dada la reparación que tenían que hacerme, requería de una tecnología y de unos aparatos que no alcanzaba el taller de mi barrio. Y conste que ya me lo advirtió mi mecánico de toda la vida. Vete con cuidado y mira donde te metes, que te va a salir todo por la torta un pan.

Y vaya que tenía razón. Nunca me imaginaba que tan poco iba a costarme tanto. Hasta el punto que no sé qué me duele más: o mi tobillo intervenido o mi maltrecha economía. Y lo malo es que no me va quedar más remedio que hipotecarme de nuevo para poder pagar el montante de una factura cuyos números me imagino que deben ser tan desorbitados como los suyos. Aunque, a decir verdad, igual a usted le han hecho un precio especial.

Es este un quebradero de cabeza que me anda torturando. Y eso que en mi caso es la primera vez que me operan en un taller privado. Acostumbrado a acudir a talleres de la Seguridad Social en los que no tenía que pagar nada, me veo ahora con que tengo que hacer frente a una cantidad enorme para lo que es mi nivel de vida. Hasta el punto de que me pregunto si, como el resto de españoles, no debo estar viviendo por encima de mis posibilidades al tener que recurrir a este tipo de servicios no reservados para los ciudadanos de a pie.

Pero ya le advierto que no lo he hecho por gusto, sino por necesidad. O recurría al tratamiento que me ofrecía un taller autorizado como el de usted o me quedaba sin poder caminar. Como ve, no me quedaba otra elección. El problema es que ahora tengo que responder como cualquier hijo de vecino. Y, como usted puede imaginarse, con mi sueldo no me llega.

Sí, majestad, es por esta razón por la que me encomiendo a vos, para que, habituado a frecuentar estos talleres tan caros, me diga si es usted quien se costea las intervenciones o lo hace con cargo a la Seguridad Social. En este último supuesto, le pediría que me indicase cuáles serían los trámites que debiera seguir o, en su defecto, si usted podría interceder por mi ante el erario público para que me costease la reparación de mi tobillo.

En fin, sé que es ponerle en un aprieto, pero tengo que decirle que no me queda otra. Nadie como usted puede saber por dónde estoy pasando, nadie como usted puede entender el viacrucis de operaciones que he sufrido y nadie como usted puede saber el coste que suponen.

Y se lo digo, porque siempre que le he visto me ha infundido confianza. La confianza de quien cada 24 de diciembre entraba en mi casa a través de la gran pantalla y me aseguraba, en el mensaje de Navidad retransmitido a todo el país, que todos los españoles somos iguales y tenemos los mismos derechos.

Espero que no haya cambiado de opinión y tenga a bien aceptar mi solicitud de amparo, o, de lo contrario, me sentiré muy defraudado, tanto como me sentí hace ahora cuarenta años al descubrir el destino de mis cartas a los Reyes Magos.

Buena estrella y feliz navidad tenga usted y toda su familia.




Servidor de mí mismo

domingo, 3 de noviembre de 2013

Invocació en to major

Com cada dia 3, la plaça de la Mare de Déu de València serà l’escenari a les set de la vesprada d’una nova concentració organitzada per l’Associació de Víctimes del Metro 3 de Juliol. Per molt de temps que passe, per molt llarga que siga la indiferència, per molt indigna que siga la impunitat, mai no serà tan necessària la participació de tots els qui durant tant de temps hem donat l’esquena als familiars dels 43 morts i 47 ferits que patiren aquell accident ara fa set anys. Tot i que el suport a les víctimes s’ha incrementat exponencialment en els últims mesos, cal encara anar més enllà. Fan falta més mans i més veus que enlairen al cel de la plaça aquest clam de justícia. Un clam que precisament hui, 3 de novembre, no vull deixar d’entonar amb aquesta imprecació a tall de recordatori per recordar-nos que no sempre les víctimes trobaren en nosaltres el suport que ara tenen:


A l’estació de la memòria

Fa anys que et plore,
anys que et busque
i no et trobe.

D’enuigs n’estic fart,
d’impotència, irat,
en veure passar
el tren de la vida
sense tu al meu costat.

Fa anys que et veig,
anys que et sent,
i tu no hi ets.

Així em passa el tren,
així em corre la pressa
d’un temps sense vida
d’una vida sense esma.

Fa anys que et pense,
anys que et dibuixe,
i tu t’esborres.

De pena n’estic servit,
de justícia, mancat,
en veure passar
el vagó d’una mentida
feta veritat.

Fa anys que t’ho recorde,
anys que t’ho demane,
i no et trobe.

Així em passa la vida,
així et mire mentre passes
i em veus esperant
que passe el tren de la veritat.

En aquella estació,
en aquella plaça,
cap al tard del tercer dia d’un mes
que sempre serà juliol. 

(Santi Vallés)



domingo, 27 de octubre de 2013

El tren d'un nou exili

Durant el mes de març de 1939, milers i milers de famílies creuaren la frontera francesa camí de l'exili. Era l'única eixida que els quedava, el camí cap a una pretesa salvació fugint de la persecució i la depuració. Era el signe de la derrota dels qui havien perdut una guerra, però no la dignitat d'un compromís. Aquell fou un exili ideològic, una fugida de cervells, entre els quals es trobaven periodistes, escriptors, pintors, metges, científics, professors i un llarg etcètera de lletraferits.

Una dècada després, i de manera més accentuada en la dècada següent, s'esdevindria un altre exili. La fugida d'aquells que, sense cap altra possibilitat d'eixida professional, hagueren de deixar-ho tot i emigrar per a buscar-se un futur millor. És el que es coneix com l'exili de la fam. Des de mitjan de la dècada 1950 i fins a la fi de la dècada de 1960, es conten per milers els espanyols i espanyoles que hagueren d'emigrar a la recerca d'un treball en l'exterior amb què alimentar les seues famílies. Les fàbriques d'automòbils a Alemanya, la verema a França i la demanda de faena a hotels i empreses de Suïssa es convertien en les principals destinacions d'aquest tipus d'emigració que vam veure reflectida fa uns anys en aquella pel·lícula retrospectiva d'Un franco, catorce pesetas, dirigida per Carlos Iglesias en 2006.

Quaranta anys després d'aquesta última allau migratòria, i després d'haver-nos convertit durant els últims vint anys en terra receptora d'immigrants de totes les latituds, ens trobem de nou amb una disjuntiva històrica que ens acara amb el drama de l'emigració. D'una emigració que, contràriament al que passà en el passat, és doblement amarga, ja que afecta per igual tant la gent formada com no formada.

 
Segons diverses estimacions, vora cinc-centes mil persones han hagut d'emigrar des què començà la crisi en 2008. Un capital humà que, si l'examinem amb detall, suposa un actiu que deixa de ponderar com a potencial d'una recuperació econòmica que encara queda així més hipotecada per la fugida de cervells que suposa. I no solament això, sinó la pèrdua que comporta amb vista al futur de les nostres pensions. Com quasi sempre, el patiment dels que ara han d'emigrar només el saben ells. Només ells saben el que és viure en les condicions en què han viscut molts dels immigrants llatinoamericans, magribins o romanesos que fins fa poc venien a buscar faena entre nosaltres. 

Tindre dues carreres, parlar no sé quants idiomes i haver de treballar del que siga per a poder menjar. Si això els passa als que tenen estudis, encara més greu és el futur d'aquells que no tenen ni tan sols una mínima formació, abocats indefectiblement a la incertesa de treballs ocasionals o els coneguts minijobs. Eixa és la cara d'aquest nou exili. L'exili dels que tracten de subsistir enmig d'una Europa que, com nosaltres també hem fet en el passat, no sempre tracta bé els immigrants, quan en té en excés.






Això que ara sembla el patiment particular d'uns pocs, s'incrementa exponencialment cada any que passa, mentre ací ens entretenen dient-nos que ja queda poc per a eixir de la crisi. Ara que no es para de parlar que les pensions estan en perill, no em puc llevar del cap què serà de nosaltres si a banda de la pèrdua de gent formada afegim la pèrdua de gent jove que això suposa, sobretot si pensem en una piràmide de població com més va més invertida.

Ni que fóra per egoisme personal, això ens hauria de fer pensar en un drama que més enllà del patiment d'uns pocs amenaça d'hipotecar el nostre futur. El futur d'un país que se'n va en el tren dels qui han d'emprendre el camí d'aquest nou exili.

martes, 24 de septiembre de 2013

Entre pantalles i bolquers

És tanta la fascinació que arribem a sentir per les noves tecnologies i, per consegüent, pel domini del maneig dels nous dispositius informàtics, que no és estrany que grans i menuts rivalitzen per veure qui és el primer en aquesta embogida carrera per estar a l'última. Això, que d’entrada ens pot fer una certa gràcia, amb una derivada còmplice del consumisme més salvatge, podria deixar de fer-nos-en tanta si ens ho mirem des del prisma del que hauria de ser raonable. Està clar que amb els iPhones, els iPads i altres dispositius que ens brinda el mercat, se’ns obri un ventall infinit de possibilitats en la mesura que podem tindre tot el que volem a només un frec de dit.

Ens trobem davant d’una revolució "digital", que ens facilita la vida i ens ho fa tot molt més accessible i assequible. En això no crec que hi haja cap discussió. Una altra cosa de ben diferent és que aquests mecanismes, que no deixen de ser mers instruments, acaben convertint-se en un fi en si mateix, fins al punt d’arribar a l’extrem d’esdevindre una moda de conseqüències inimaginables.

Ho dic perquè des de fa poc de temps he sentit dir que hi ha algunes escoletes de 0 a 3 anys que comencen a oferir l’ús de l’iPad com un reclam per a fer parròquia. Diuen que ho fan perquè són cada vegada més els pares i mares que ho demanen, en un intent de voler que els seus fills estiguen ben preparats per a l’era cibernètica que els ha tocat viure.

 Si bé cal reconéixer que en principi pot semblar molt útil com a suport per als educadors, sobretot en els casos de xiquets menuts amb algun tipus de discapacitat sensorial o amb problemes d’autisme, pot deixar de ser-ho quan s’ofereix no com una eina de suport sinó com una mena d’objecte de veneració per a xiquets que encara no han experimentat amb el tacte de carn i os.



És aleshores que em pregunte si no devem estar anant massa lluny en aquest deler esnob de l’iPad. El deler per una realitat virtual, que pot arribar en alguns casos a substituir la realitat del dia a dia, en la mesura que la fascinació per la imatge visual pot acabar relegant a un segon terme altres sentits i percepcions tan importants per a l’aprenentatge com el tacte i el gust. Dos sentits que, molt abans d’aprendre a parlar, ens permeten aprehendre el món enfangant-nos en arena, amerant-nos d’aigua, empolsegant-nos amb farina o assaborint amb fruïció el suc d’un galló de taronja.

Arribats en aquest punt, em pregunte també si no devem estar anant en la direcció contrària, en la direcció del que se suposa que hauria de ser un model educatiu modern i alhora arrelat, el model que fa més de cents revolucionà el món de la pedagogia amb aportacions com les que féu Maria Montessori, en el sentit de potenciar el component lúdic com un element decisiu en el desenvolupament infantil.



Això, que sobre el paper pot semblar una evidència, pot no ser-ho tant si ens ho mirem des de la perspectiva d’una societat cada vegada més acostumada a les noves tecnologies i cada vegada més allunyada del carrer. És també aleshores que em pregunte si no devem estar vivint en el núvol, en una mena d’inòpia col·lectiva en què més que viure la realitat preferim veure-la passar per davant dels nostres ulls a colp de fotograma.

Eixe pot acabar sent el problema, que acabem vivint cara a una pantalla en una mena d’abstracció cada vegada més aliena a l’entorn i allunyada de la natura. No deixa de ser una absurditat que havent constatat la interferència que sovint té en l’educació dels adolescents l’ús abusiu i les addiccions a les noves tecnologies, que ara es vulga reforçar una tendència que caldria controlar més que no pas atiar.

Sincerament, crec que ni l’iPad ni cap tauleta digital podran suplir mai el que és la realitat tangible, aquella que un xiquet puga reconéixer tocant-la o mossegant-la amb les dents. En un món dominat per la imatge, en un entorn reblit d’ordinadors, tauletes digitals o telèfons mòbils, en un hàbitat on és més fàcil trobar-te amb una pantalla que amb una peça de fruita o de verdura que ens recorde la natura, he de confessar que això de l’iPad no deixa de ser una extravagància difícilment justificable si ens ho mirem des de la perspectiva de les escoletes de 0 a 3 anys.

En altres nivells educatius superiors, no dic que la introducció de l’iPad sí que pot tindre una dimensió pràctica més clara, en la mesura que pot servir per reforçar potencialment tant el seguiment de l’acció del professorat com un major aprofitament dels recursos didàctics per part de l’alumnat.


I acabe aquesta reflexió com l’he començada. No és tant la cosa com l’ús que se’n faça. I, si em permeteu, des d’aquest punt de vista, he de dir que no s’hi valen excuses. Una cosa és l’interés legítim dels pares i mares per les potencialitats de l’iPad com un recurs més per a l’educació dels seus fills, i una altra de ben diferent és fer d’això un reclam un tant estrambòtic.

I ho dic, perquè no deixa de sorprendre’m imaginar per uns moments el que podria ser una aula de xiquets i xiquetes de bolquers hipnotitzats davant d’un iPad. Una escena que, sortosament, continua sent més pròpia d’una pel·lícula futurista que no de la realitat nostrada que voldríem per a la majoria de les nostres escoletes infantils.

Si des de fa anys no hem parat d’estranyar-nos de la incongruència que suposava que els xiquets no sabien d’on venien els ous i que el pollastre cuinat no l’identificaven amb el seu corresponent de carn i os, no crec que l’iPad poguera servir per a solucionar la cosa.

Posats a imaginar, el mateix podria passar amb els llibres de paper, que ja hi ha xiquets que, a força d’iniciar-se de tan menuts amb l’iPad, premen la portada d’un llibre amb el dit esperant que passen les pàgines com per art de màgia.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El jardí de les delícies

Eixe és el vertader problema d'aquest país, que passe el que passe mai no passa res. Tant se val si la gent protesta o no, tant se val si els carrers s'omplin d'indignats o no. Al capdavall, els qui han d'escoltar ni escolten ni volen escoltar. Ben al contrari, en lloc de depurar responsabilitats, es dediquen a entrebancar la llibertat d'expressió dels qui els recorden el seu deure com a representants públics.

Arribats en aquest punt, em pregunte per què passa això? Per què tot continua més o menys igual o avança tan lentament? Molt probablement és perquè el grau d'indignació de la població no és suficientment gran per a crear un front d'oposició comú a tota aquesta burla que se'ns està fent. Per molt greu que siga tot el que està passant, la majoria encara no ha pres plena consciència de la gravetat de l'assumpte. Els uns perquè pensen encara en clau de partit, els altres perquè confien que la cosa s'arreglarà tard o d'hora i la majoria perquè pensen que no serveix per a res protestar i acaben assumint com a inevitable el que és intolerable.

Encara que no ho parega, em fa l'efecte que la majoria de la gent pensa que el que cal és esperar que la tempesta passe. I si això ocorre és perquè la gent encara pensa que tornarem a estar com estàvem, que tot és qüestió d'esperar. I ho fem perquè, com diuen alguns neurocientífics, tendim a ser optimistes per natura com també a tindre un concepte de nosaltres mateixos molt més elevat del que realment som en realitat. Ací crec que és on rau la clau de tot, la raó que puga explicar per què la majoria de la població no acaba de ser conscient de la gravetat de la desfeta.


Tal volta siga això el que explique per què durant anys les majories han avalat en les urnes diputats imputats en casos de corrupció. Un fet que, si bé pot atribuir-se a eixe optimisme antropològic ancestral de què parlen els experts, té molt poc del perfil racional de l'home format i informat que hauria de ser l'home del segle XXI. És aleshores que pense si no deu ser inevitable el que està passant, si no estem traslladant a l'àmbit social el que és un comportament tan atàvic com el mateix ésser humà.

Això que en el plànol individual ens pot ser tan útil per a sobreposar-nos a traumes i crisis personals molt greus, no sé si pot acabar malmetent la capacitat de l'individu per a sobreposar-se a si mateix i creure en la seua capacitat per a millorar la societat on viu. És ací on veig una mena de navalla de doble fil, en com podem ser capaços d'administrar eixe optimisme sense que ens narcotitze i ens impedisca ser conscients dels perills que correm. En això, la ciència ho té clar: un excés d'aquesta mena de dopamina no solament és perjudicial sinó que pot acabar posant en perill fins i tot la nostra integritat física.

Com en tot en la vida, crec que es tracta d'un joc d'equilibris, d'anivellar el grau just d'optimisme que ens aporte la força i la il·lusió suficients per a sobreposar-nos a les adversitats, i la cautela i la intel·ligència necessàries per a impedir que eixes irrefrenables ganes de voler veure-ho tot de color de rosa no ens limite el nostre enteniment. Actitud positiva però seny per a racionalitzar que el que sembla de color de rosa pot realment no ser-ho.

I això és el que no hem sabut fer. Tindre l'aplom i el trellat necessaris per a pensar si tot no era massa bonic per a ser cert, si no vivíem en un món de fades, si tot no era producte de la nostra imaginació, com deia aquell cèlebre il·lusionista Anthony Blake. Però no, com que quan un està bé no es planteja res, ens deixàrem portar pel corrent d'una eufòria col·lectiva sense fre, dansant i fruint en El jardí de les delícies. I així passaren els anys de la grande bouffe, els anys d'una belle èpoque en què a força de creure's rics sense ser-ho tots se'n pujàrem a la carrossa de la disbauxa col·lectiva fins que en tocar les dotze aquesta es convertí en carabassa.


Eixe deu ser el preu que encara estem pagant a hores d'ara, la deshabituació d'una població que, si bé sí que comença a veure la realitat, encara no ho fa amb l'objectivitat necessària per a ser capaç d'assenyalar amb el dit els responsables d'aquesta bacanal del balafiament. Aquells senyors que ens embadaliren fent-nos creure que vivien en el món de Yupi, els temps en què alguns lligaven gossos amb llonganisses i la majoria s'ho creia, els temps en què el corn de l'abundància era el símbol d'una prosperitat de cartó pedra, els temps dels grans esdeveniments com la Fórmula 1, la Copa America o la visita del Papa, els temps en què Camps treia pitera dient que València era el centre del món mundial i en què Zapatero esgrimia que Espanya jugava en la Champions League de l'economia mundial.

Sí, sí, crec que a pesar de tot el que està passant, que ja és ben gros, crec que encara no hem acabat de comprendre d'on venim i perquè estem on estem. I ho dic, amb ple coneixement de causa,  perquè fins fa no molt, era habitual que els dissidents com un servidor vam ser acusats d'antipatriotes simplement per plantejar un escepticisme racionalment fonamentat o posar en dubte alguns dels cants de sirena dels nous rics. Aquells amants de la velocitat que lluïen rellotges de 20.000 euros i tratges de Milano fets a mida per sastres d'alta costura.